Para establecer un orden interno, orientar la actividad hacia determinado objetivo o abrir nuevos mercados, las normas impactan en los resultados de una pequeña y mediana empresa (PyME). Cuáles son las más recomendadas, sector por sector. En los últimos años, la norma ISO 9001:2008, elaborada por la Organización Internacional para la Estandarización (ISO), que especifica los requisitos para un sistema de gestión de la calidad, parece
haberse puesto de moda, también, en el sector pyme. Sin embargo, a la
hora de adoptar un sello que mida los estándares del negocio, y que
conlleve, asimismo, a posicionarse como una etiqueta que ayude a sumar
confianza ante potenciales clientes, socios y proveedores, se abre un
abanico de opciones, según las necesidades de la empresa y la industria a
la que ésta pertenezca. La certificación o registro se produce cuando
un tercero proporciona garantía por escrito de que un producto,
servicio, sistema, proceso o material se ajusta a requisitos
específicos.
La proporción de pymes que certifica sus productos o
procesos es, todavía, baja . En la Argentina, el 18% de las pymes
industriales cuenta con certificaciones ISO y el 11% está en proceso de
aplicación de las mismas. En lo que se refiere a otro tipo de
certificaciones, las proporciones descienden al 8 y 4%, respectivamente,
según el último informe realizado por la Fundación Observatorio Pyme.
No obstante, contar con un sello de calidad se traduce en puertas que
abren para ganar competitividad. “Las certificaciones son aliadas
naturales en toda la cadena de valor para las pymes, ya que garantizan a
los usuarios seguridad, eficiencia y tranquilidad”, observa Alberto
Schiuma, director del ente certificador IRAM. El 70% de las firmas que
certifican con IRAM son pymes. A saber: hay certificaciones generales,
como la ISO 9001; OSHAS 18.001, que mide seguridad e higiene, y la ISO
14.001, de gestión ambiental. También, hay normas direccionadas a
industrias o actividades. Alejandro Alemany, integrante de la Comisión
Directiva del Instituto de Auditores Internos de Argentina (IAIA),
enumera: “Para Alimentos, están las ISO 22.001, FSSC 22.000, BRC /IFS,
IRAM BPM-HACCP; para Seguridad Vial, ISO 39.001; Autopartes, ISO
TS16.949; para prótesis médicas, ISO 13.485. Toman fuerza las FSC, que
apuntan a la cadena de la custodia forestal, para el sector que usa
madera. Para Seguridad de la Información, las ISO 27.101 e IRAM 9003”.
Cada
norma, en su contenido, establece requisitos a cumplir. De modo que, la
empresa, antes de adherir a la certificación, debe someterse a una
preparación para adecuar sus procesos y demostrar, en luego de una
auditoría, que efectivamente cumple con los requisitos. Fue lo que hizo
la firma rosarina de dulce de leche Establecimientos San Ignacio,
recientemente recomprada por capitales argentinos, antes de conseguir la
norma HACCP, certificada por el Senasa. A la firma le demoró un año y
medio prepararse. “Invertimos en mejoras edilicias. La compañía tiene 74
años y algunos sectores tenían infraestructura de esa época. La norma
exige que no haya azulejos, para evitar el más mínimo riesgo de
desprendimiento. Tuvimos que revestir la sala de elaboración”, detalla
Alejandro Bertin, al frente de la empresa. La reforma demandó una
inversión de $ 300.000. El siguiente paso fue conseguir la norma de la
British Retail Consortium (BRC), que le abrió las puertas a nuevos
mercados. Hoy, la firma, que emplea a 98 personas y factura $ 180
millones anuales, exporta el 15% de su producción a países como Siria,
Israel, Canadá y Suecia. “Esperamos que la BRC nos ayude a mejorar las
ventas, sobre todo, en los países anglosajones, quienes exigen la
norma”.
A la austral Laguna Negra también le llevó un año
adecuarse a las exigencias que requería el sello de Calidad Certificada
Tierra del Fuego - Fin del Mundo, otorgado por el gobierno provincial,
como distinción de calidad en los procesos productivos, capacitación del
personal, preservación del medioambiente y RSE. “Desde la preauditoría
hasta lograr la primer certificación, hicimos cambios edilicios y
operativos, incorporamos un sistema de trazabilidad, implementamos un
manual de buenas prácticas de manufactura y soporte documental”, comenta
Fernando Elicabé, director de la empresa que emplea a 25 personas,
estima cerrar 2013 con una facturación de $ 8 millones y proyecta, de
cara a 2014, un crecimiento del 7% en términos reales. “El sello genera
una mejora en la operatoria de la actividad de producción”, agrega.
Abrir horizontes
Una
razón para certificar es querer acceder a un mercado en el cual hay,
como requisito, una norma determinada. “Muchas firmas solicitan
certificaciones para establecer un orden interno, orientar su actividad
hacia determinado objetivo y poder exportar. En el sector agropecuario y
alimenticio vemos esta combinación de factores”, dice Schiuma.
El
fabricante de productos biológicos Rizobacter sabe de eso. Con
presencia en 20 países, como Sudáfrica, Kenia, Inglaterra y Ucrania,
cuenta con las ISO 9001, 14.001 y 18.001. “Es un mercado de mucha
exigencia técnica y se exigen certificaciones”, concede Ricardo Yapur,
presidente de la firma que genera u$s 77,5 millones y espera duplicar
esa cifra de cara a 2016. El 15% de la facturación proviene de las
ventas en el exterior. Hoy, planea empezar a trabajar en determinar la
huella de carbono de la empresa. “Queremos llevar a algunas áreas de la
firma a hacer carbono neutral. En Europa, va a hacer un diferencial
grande”, agrega.
“Otra de las razones para certificar tiene que
ver con venderles a clientes que exigen que estés en determinada norma.
Las empresas grandes ya empiezan a exigir a sus proveedores que estén
certificados en determinados sectores”, agrega Alemany.
Víctor Lo
Riggio, socio gerente del laboratorio Exel, con ISO 9001, ISO 14.001 y
Good Manufacturing Practice (GMP), de buenas prácticas de fabricación,
por Anmat, concuerda: “Que contemos con estas normas, les da a los
clientes tranquilidad de que es una firma organizada y con control.
Tenemos auditorías periódicas”. Exel, que emplea a 100 personas y
factura $ 26 millones, destina el 30% de su producción a la exportación
en países como Costa Rica, Australia, España, Italia, Panamá, Ucrania y
Venezuela.
Ganar competitividad
“Las certificaciones son un
modo de lograr reputación. Son útiles para toda empresa pero,
especialmente, para aquellas que no pueden generar reputación por otra
vía (marcas, por ejemplo)”, analiza Marcelo Elizondo, director de la
consultora DNI.
Este fue, quizá, uno de los motores que llevó a
Mariana Meller y Nurit Finkelstein, creadoras de La Dibujería, que
diseña y produce juguetes y objetos funcionales, a buscar en IRAM un
sello de calidad y seguridad. “Lo hicimos para seguir creciendo y
garantizar la seguridad y calidad de nuestros productos. Sabíamos qué
materia prima y diseño utilizábamos, pero es muy importante y, en
algunos locales indispensable, contar con la certificación de una
institución. Incluso, para tener un stand en la Feria del Juguete, te
exigen contar con dicha certificación”, comentan las socias.
El
trámite duró un mes. “Se envían muestras de los productos a certificar
en el packaging que se comercializará, junto con una planilla y la
documentación impositiva. Allí, definen si es necesario que todos sean
evaluados o sólo algunos que son representativos de lo que denominan
‘familia’ de productos similares. Los productos seleccionados se mandan a
un laboratorio. Elegimos a la Cámara Argentina del Juguete. Si cumplen
con las pruebas técnicas y formales (como datos del fabricante), el
laboratorio informa al ente certificador”, comentan las socias de la
firma, que factura $ 500.000 y vende a través de 250 locales. Entre los
beneficios que les trajo la distinción, mencionan poder vender en
locales grandes, que trabajan sólo con productos certificados. “También
será importante para exportar; estamos evaluando vender a Brasil y dicha
certificación cumple con las reglas del Mercosur”.
A veces, tener
una norma funciona como puente para saltar a una segunda o tercera
certificación, por tener ya un camino transitado y cierto ordenamiento
de procesos y documentos. La firma santafesina Las Brisas, fabricante de
alimentos para retail, tiene certificación orgánica, otorgada por
Letis. Además, todos los productos son Kosher y Libre de gluten (sin
TACC). “Como teníamos experiencia en producción orgánica, el proceso de
certificación full organic fue más ágil, más allá de que la demora fue
de aproximadamente un año. Al contar con la certificación orgánica, es
fácil obtener la Kosher, por presentar requisitos parecidos”, explica
Sergio Vázquez, creador de Las Brisas, que emplea a 10 personas de forma
directa, estima cerrar el año con una facturación de $ 2,4 millones y
vende en casi 1.000 comercios minoristas en 13 provincias. “El
seguimiento de la trazabilidad del producto y todos los insumos deben
tener certificación orgánica. Se tiene que controlar la higiene en la
producción y en el medio de transporte para que no exista contaminación
con productos químicos. Una empresa certificadora nos inspecciona
periódicamente”, agrega.
También a Rizobacter le sirvió la
experiencia de la ISO 9001 (que le demoró cinco años) para, luego,
certificar el resto. “Las certificaciones ayudan a poner los procesos en
orden, a abrir mercados y a tener una producción responsable”, dice
Yapur, quien adelanta que proyecta construir una planta de
microfertilizantes en Pergamino, que demandará una inversión de u$s 20
millones.
“Certificar una norma es una inversión a largo plazo, en
especial para las pymes”, concluye Schiuma, desde IRAM. Por Laura Mafud.
El Cronista