La Argentina está camino a convertirse en el primer exportador mundial de semillas. El principal destino de las semillas nacionales es Estados Unidos, aunque también llegan a Europa, en el marco de un negocio de semilleras como Monsanto, Dow AgroSciences o Pioneer, pero también de empresas que, sin desarrollar su propia genética, brindan el servicio de multiplicación. Es que el negocio de contraestación se triplicó en el país en los últimos cinco años, motorizado por los excelentes precios de los commodities, la mayor demanda mundial de alimentos y los biocombustibles.
Aún así, la industria tiene un freno en su desarrollo. Las semilleras reclaman una política de propiedad intelectual adecuada que les permita traer toda la tecnología disponible en el mundo. En paralelo, según datos del mercado, más del 70% de las semillas que el productor puede reproducir sin que pierdan su calidad genética no está fiscalizada. Las firmas declaran que pierden millones por regalías que no cobran, por falta de regulación y evasión.
Las regalías generaron un conflicto comercial entre el Gobierno y Monsanto, creadora de la soja RR, con la que se siembran más del 90% de los campos sojeros. La disputa trascendió las fronteras y llevó a la multinacional a frenar barcos argentinos con harina de soja transgénica en destinos europeos, acción que generó medidas judiciales por parte del Gobierno.
“La Argentina es, de todos los exportadores de semillas, el único que puede crecer en grandes proporciones por el área con la que cuenta”, explicó Alfredo Paseyro, de Satus Ager.
Pero la indefinición de políticas hizo que la Argentina cayera este año del segundo al tercer puesto en el ránking mundial de países con cultivos genéticamente modificados, detrás de Brasil y Estados Unidos.
En el caso del país vecino, lleva ventaja en la materia. Ya se aprobó la soja transgénica RR2, que no se siembra en la Argentina por no tener un marco regulatorio en el que las semilleras confíen. “Esta falencia también complica las exportaciones de semillas”, indicó Paseyro.
Los cultivos más perjudicados son la soja y el trigo. Es que si un productor las reproduce en su campo obtiene igual resultado que otro que compra la bolsa de semillas, cuyo costo lleva implícito el pago de regalías.
“Hoy la Argentina siembra 500 hectáreas de soja para semillas en contraestación, cuando podría sembrar 5.000 pero afortunadamente se está trabajando en un marco regulatorio en tal sentido”, explica Paseyro.
Para hacer crecer el negocio, se creó el Cluster de la Semilla, un convenio firmado entre la Asociación de Semilleros Argentinos (ASA), es INTA y el Instituto Nacional de Semillas (Inase). Así, los jugadores apuestan a mejorar lo que los empresarios consideran un aletargado sistema legal para el avance de los transgénicos en el país. Por Julieta Camandone. El Cronista