En la verdulería Happy Apple, del pueblito de Totnes, en el oeste de Inglaterra, los pastelitos de verdura ostentan orgullosamente la etiqueta de no-GM (no genéticamente modificado). Lo mismo ocurre con la tarta de papa y con una serie de productos en las góndolas del negocio. De hecho, en toda Gran Bretaña y en casi todos los demás países de Europa, los consumidores no encuentran fácilmente productos transgénicos en los almacenes. Y así es como el grueso de la gente quiere que sean las cosas.
La alteración genética de cultivos para que crezcan más rápido y sean más resistentes —una práctica de rutina en EE.UU, donde casi no provoca inquietud entre los consumidores— en Europa es considerada una herejía, o, en el mejor de los casos, algo poco saludable. En algunos países, como Francia y Austria, rige una moratoria no oficial a la venta de alimentos alterados genéticamente. Allí es directamente imposible encontrar esos productos.
"No responden al orden natural de las cosas. Es todo", dice Heather Baddeley de los alimentos MG, mientras compra lechuga en la verdulería inglesa. "Son una especie de degeneración, no es correcto."
Robert Zoellick, representante comercial de Estados Unidos, no coincide con esta opinión. Hace poco calificó la postura europea frente a los alimentos transgénicos de agresiva e inmoral porque, según él, los temores de Europa por los productos modificados genéticamente han convencido a algunos de los países más pobres de Africa de rechazar los granos biomodificados. Algunos europeos piensan que Zoellick, de hecho, está culpando a Europa por el hambre en frica.
David Byrne, representante de la Unión Europea en el área de protección del consumidor y de la salud, sostiene que el gobierno de Estados Unidos, incluidos los legisladores republicanos, está acusando a Europa de usar la cuestión de los alimentos GM como herramienta para frenar las exportaciones procedentes de Estados Unidos. "Lo que Bob Zoellick dijo en las últimas semanas no fue de ayuda, por cierto. Fue injusto y erróneo."
La Unión Europea financia a organizaciones no gubernamentales, pese a lo cual Byrne dice que son esos grupos, y no el bloque comercial de Europa, quienes en algunos casos colaboraron para apartar a los africanos de los granos biomodificados. "La posición de la UE frente a los transgénicos es que son tan seguros como los alimentos convencionales."
Esa podrá ser la postura oficial de Bruselas. Pero gran parte de los europeos, por la exitosa acción de los grupos ecologistas, hoy siente un rechazo tan fuerte por los transgénicos que en Austria, por ejemplo, los políticos ganan elecciones prometiendo mantener a raya la "comida Frankenstein". Tres años atrás, varias cadenas de supermercados en Francia, Gran Bretaña, Italia y Austria, entre otros países, sacaron de sus góndolas todos los productos genéticamente modificados y no tienen apuro en reponerlos. Hace menos tiempo, cientos de los más respetados chefs europeos conformaron un grupo llamado Euro-Toques para dar batalla contra los partidarios de la biotecnología.
Empresas de EE.UU. como Monsanto obtendrán enormes ganancias si Europa acepta más alimentos transgénicos.
El Parlamento Europeo podría tomar a mediados de este año la decisión de implementar una más estricta identificación de los transgénicos, y los funcionarios europeos esperan que, con esta medida, la comida GM genere menos rechazo si se conoce exactamente su composición. Pero en EE.UU. se teme que la identificación sólo sirva para alarmar más a los consumidores de Europa.
Las medidas propuestas permitirían rastrear las sustancias alteradas genéticamente en el maíz, los tomates, el alimento para animales y los aceites, y especificar a los consumidores qué productos tienen al menos un 0,9% de alguna sustancia biomodificada. Los productos en cuestión incluyen el aceite de maíz más refinado, el aceite de soja y el jarabe de glucosa que se obtiene del almidón de maíz.
- Cultura y comida
En Francia e Italia, dos mecas europeas de los alimentos, existe un rechazo especialmente fuerte hacia los productos GM.
"La cultura estadounidense es distinta a la cultura europea", opina Lorenzo Consoli, experto de Greenpeace en ingeniería genética. "En Europa hay un sentimiento muy profundo que vincula cultura y comida. Y está mucho más arraigada la idea de que la ciencia no es un culto ni una religión. A los consumidores europeos ya no les alcanza con que un profesional de delantal blanco les diga que todo está bien."
Una serie de escándalos en el sector alimentario, entre ellos la crisis de la enfermedad de la vaca loca en 1996, socavó seriamente la fe de la gente en la seguridad de sus alimentos y su confianza en los científicos y en los funcionarios públicos, muchos de los cuales en aquel momento les aseguraron a los consumidores que su salud no corría ningún riesgo.
Otros escándalos —la sangre con HIV en Francia, el contagio de la enfermedad de la vaca loca de Gran Bretaña a otras naciones europeas, pollos infestados con dioxina en Bélgica— sólo sirvieron para aumentar la desconfianza.
Si bien hasta el momento no hay evidencia irrefutable de que los transgénicos sean nocivos, los activistas anti GM dicen que no se sabe si los productos son dañinos en el largo plazo. La incertidumbre es lo que más preocupa a los europeos.
Los habitantes del Viejo Mundo son más sensibles a las cuestiones ambientales que los estadounidenses, y grupos ecologistas como Greenpeace y Amigos de la Tierra tienen mucho más peso.
Un temor generalizado es que los cultivos transgénicos polinicen e infesten a los cultivos cercanos, afectando así ecosistemas de maneras impredecibles y tal vez irreversibles. Las asociaciones ambientalistas transformaron ese temor en una campaña exitosa contra los alimentos genéticamente modificados.
A los europeos también les importa más que los estadounidenses el gusto de los alimentos, y no tanto su durabilidad. "Para algunos países miembros esto es casi sinónimo de soberanía", señala Byrne, con referencia a la calidad de la comida. La guerra a los transgénicos es encabezada por una agrupación como Greenpeace, que está dando batalla legal en la OMC.
Pia Ahrenkild Hansen, vocera del representante ambiental de la Unión Europea, dice que la industria de los transgénicos no supo promover en Europa las ventajas de esos alimentos.
"El sector no supo demostrar cuáles eran los beneficios, por qué los transgénicos harían la producción de alimentos más sustentable, y por qué requeriría menos recursos. Esos argumentos no llegaron a los consumidores. La gente se pregunta entonces para qué comprar un transgénico".
Traducción de Susana Manghi
Fuente: Diario Clarín