El mundo vive un gran cambio en la demanda internacional. Los enormemente poblados países del Este de Asia han iniciado reformas para irse adaptando a los principios de la economía de mercado. En la medida que esto sucede, su nivel de crecimiento y desarrollo generan un fuerte incremento de su consumo interno. Cuando países pobres mejoran su poder de compra, sucede como con las personas, aumentan más su gasto en aquellos bienes básicos. La Argentina es uno de los países beneficiados por este contexto; ya que es productora de materias primas y manufacturas de origen agropecuario, que justamente son las que requieren en esa región. Esto ha arrastrado nuestras exportaciones y ha mejorado enormemente sus valores.
Luego de la fuerte devaluación de 2002, muchos soñaron con un boom exportador sustentado en la triplicación del tipo de cambio. Sin embargo, a pesar del favorable contexto mundial descripto, las ventas externas medidas en cantidades no aceleraron su crecimiento hasta principios de 2004.
Puede ser que eso se justificase en los tiempos necesarios para conquistar esos crecientes y atrayentes mercados externos. Ahora, luego de no más de dos años, empezamos a ver señales menores de desaceleración del crecimiento y de caída de las cantidades exportadas respecto del PBI, siendo esperable que sigan bajando.
¿Cuál es el problema? Los aumentos del tipo de cambio real que producen las devaluaciones tienen impactos breves; ya que se diluyen en la medida que los costos internos vuelven a acomodarse al alza y afloran las ineficiencias propias de la economía.
Por el contrario, en períodos de larga estabilidad (por ejemplo 1991-2001) la participación de las exportaciones en el PBI en términos constantes se incrementa (por ej. 1993-2001); ya que se puede planificar e invertir logrando ganancias permanentes de eficiencia y, por ende, de competitividad. Entonces, si la clave es la inversión, deberíamos preguntarnos si es esperable que abunde en un país donde:
a) si los precios internacionales de lo que produzco aumentan, el sector público me pondrá una retención o me restringirá la exportación para bajar los valores domésticos;
b) por la falta de regla de juego y de sistemas de fijaciones detarifas de los servicios públicos no se invierte en el sector y no hay garantías de provisión de agua o energía;
c) me pueden obligar a venderle a alguien mi producto a un precio menor a su valor (ej. gasoil, trigo de harina, etc.);
d) me pueden fijar precios máximos de venta de mi producto sin que haya una ley que lo autorice;
e) para cobrar una deuda del Estado me pueden obligar a “invertirla” en lo que el gobierno decide;
f) el gasto público no cesa de aumentar y no se destinan recursos para disminuir una presión tributaria que bate récord año a año; en una palabra,
g) en un país con una seguridad jurídica debilitada y en el que las reglas de juego, ganadores y perdedores son determinados por la decisión arbitraria de un funcionario sin las restricciones que impone la Constitución Nacional.
Es cierto, hasta ahora nos está yendo bien. Sin embargo, no existe ningún caso en el mundo de un país que se haya desarrollado sin respetar los derechos e instituciones básicos de cualquier nación que se precie de democrática y republicana. Habrá que confiar en los milagros.
Por Aldo Abram. El autor es economista y socio director de la consultora Exante