El 21 de agosto, la presidenta Bachelet, de Chile, promulgó un Tratado de Libre Comercio (TLC) con China, el primero de esta potencia con un país occidental. Si bien fue suscripto el 18 de noviembre de 2005, durante la Cumbre del Foro de Cooperación de Asia-Pacífico (APEC), su negociación llevó un tiempo, pero fue singularmente exitosa. China es el segundo socio comercial de Chile, luego de Estados Unidos, con un intercambio bilateral de casi u$s 7.000 M (704% de aumento, entre 1996 y 2005).
Nuestro vecino, que no llevó a cabo un modelo de sustitución de importaciones al estilo de las naciones grandes del continente, hoy es proveedor eficiente de un conjunto limitado de bienes, a los mercados más expansivos y con mayor futuro.
Al entrar en vigencia el TLC con China, el 92% de las expo chilenas tendrán una desgravación inmediata, mientras otro 7% lo hará en diez años (se excluyen el trigo, la harina, el arroz, el yodo, la urea y algunas maderas). Por su parte Chile, desgravará de inmediato, 50% de las ventas de productos chinos, otro 21% será en cinco años y 26% en diez. Quedan excluidos neumáticos, textiles y refrigeradores. Está claro que Chile abrirá de inmediato sus mercados a maquinarias, computadoras, automóviles, celulares, DVDs e impresoras.
Chile tiene tratados similares con Estados Unidos, la Unión Europea, Corea del Sur y países de América Latina (Perú, Ecuador y Panamá).
Está negociando acuerdos de libre comercio con Japón y Colombia y de alcance parcial con la India.
Acceder con el 92% de las exportaciones a China, le permitirá a Chile que sus minerales, agroindustrias e insumos intermedios sean colocados en los mercados asiáticos y de los Estados Unidos, vale decir 3.300 millones de personas, la mitad de la población mundial.
Se espera un impacto similar al obtenido en 2004, cuando sus exportaciones a Estados Unidos, la Unión Europea y Corea del Sur crecieron 27, 57 y 80%, respectivamente.
Las integraciones posibles
Las áreas de libre comercio o la integración económica, a través de Acuerdos de Alcance Parcial, como los de ALADI, representan la mejor forma de acceder a mercados, obviando las engorrosas negociaciones regionales, que se han hecho más complejas a medida que aumentaba la brecha de desarrollo económico entre los países.
El ALCA, lanzado en Miami en las épocas de Bush padre, pretendió ser un Acuerdo de Libre Comercio para toda América. En la última cumbre de Presidentes en Mar del Plata, quedó claro que el continente está dividido al respecto. Se oponen el Mercosur y Venezuela, lo cual no implica que el resto haya avanzado en un modelo regional. Antes bien, los progresos se enmarcan en modelos bilaterales (los TLC), que podrán o no converger al ALCA, pero mientras tanto, discriminan a los que no participan. Recuérdese que las áreas de libre comercio permiten el acceso a las partes, con arancel cero y mantienen la autonomía en la política tarifaria respecto de terceros países. Como toda integración tiene costos y beneficios, en Chile, la negociación (interna) fue extremadamente cautelosa. Ha sido coronada con el éxito. Hoy, medido por habitante, Chile exporta 2,44 veces lo que Argentina y recibe inversión externa directa por 3,72 veces.
Aunque se afirma lo contrario, la industria argentina se beneficiaría con una América más abierta. Bajarían los aranceles en todos los países, a los cuales accederíamos con alguna preferencia, con respecto a las importaciones desde el resto del mundo.
Está claro que los destinos de nuestras expo agroindustriales sofisticadas y de buena parte de las Manufacturas de Origen Industrial (MOI), han sido países de América Latina. Se supone que un aumento en las preferencias lograría mejor acceso (altos aranceles actuales), aunque para algunos sectores deberían contemplarse excepciones, ya que no serán beneficiarios directos.
Todos los acuerdos tienen sectores “sensibles” y “administrados” y no hay por qué pensar que el ALCA o un TLC bilateral, de Argentina o del Mercosur con Estados Unidos, sean la excepción. Algunos sectores agropecuarios y agroindustriales de países de América Latina, han estado contemplados en los recientes TLC con Estados Unidos, que no ha cambiado su política de subsidios. La excusa del Mercosur en Mar del Plata, es apenas eso.
Formal, pero equivocada
Veamos, le pido que con paciencia, algunos números: Brasil vendió al Mercosur, en 2005, u$s 11.726 M, 29,6% más que en 1997 y 9,9% de sus exportaciones totales. Compró u$s 7.052 M, 26% menos que en 1997 y 9,6% de sus importaciones totales. Su persistente superávit comercial supone la prolongación de su modelo “integral” de sustitución de importaciones. Ningún libro prescribe que el socio grande deba tener déficit con la región. Pero, cuando tiene superávit y les vende más caro que sus competidores del resto del mundo, no está ayudando a los chicos. No en vano, su oferta está siendo cada vez más discriminada y el liderazgo regional, cuestionado.
Por su parte, entre 1991 y 2005, las exportaciones argentinas a diversos destinos crecieron: 282% al Mercosur, 319% a Brasil, 271% al NAFTA y ¡816% a Chile! El crecimiento en las ventas hacia el Mercosur, no fue permanente. Luego de una fuerte expansión hasta 1997, el deterioro es notorio. Así, entre 1997 y 2005, las ventas cayeron: 21% hacia el Mercosur y 23% hacia Brasil. Entretanto, crecían 125% hacia el NAFTA y 131% hacia Chile. Nuestra formal e imperfecta Unión Aduanera, nos favorece muy poco.
La formidable tasa de crecimiento de las ventas a Chile, en los últimos 14 años y la similitud del crecimiento en las expo hacia el NAFTA y Chile, en los últimos años, motivan una pregunta: ¿no estaremos vendiéndole al NAFTA, empleando indirectamente el TLC que tiene celebrado Chile con Estados Unidos?. En 1991, la proporción de las ventas hacia el NAFTA versus hacia Chile era de 3,2 veces. Bajó a 1,32, en 1997 y a 1,29, en 2005. ¿Curioso, no?. Argentina le vendía, en 1991, a Chile, un 33% de lo que le vendía a Brasil. Esa proporción bajó al 24% en 1997 y creció al 72%, en 2005. Está claro con quién estamos integrándonos mejor. Lo llamativo es que el comercio no crece en doble vía: en 1991, le vendíamos a Chile u$s 488 M y le comprábamos u$s 236 M. En 2005, fueron u$s 4471 M y apenas u$s 549, respectivamente. Bachelet nos lo dijo con todas las letras: “A Chile, no le interesa el Mercosur” .
Hacia una moraleja
Siempre el acceso a mercados de gran tamaño atrae inversiones. Por eso, las localizaciones han ido tras del comercio, que ha crecido en los últimos años al doble del Producto mundial. La cesión de mercados (integración), aumenta la escala y baja los costos fijos de las inversiones existentes y evita duplicaciones, en las nuevas. Por eso, han dejado de prosperar en el mundo los modelos de sustitución de importaciones, salvo para economías de gran tamaño y oferta ilimitada de mano de obra. Aún en estos casos, léase China, la industria es una línea local de montaje de insumos importados con arancel cero o muy bajo. Por eso, el gran crecimiento del comercio intra-industrial en los últimos 30 años: para no perder el mercado del producto final y así lograr escala, hay que comprar insumos baratos, producidos también a gran escala.
Nunca hubo demasiada vocación integradora en América Latina. Dos razones, entre otras, impulsaron la sustitución de importaciones. La primera, admitida en la teoría clásica del comercio, es la existencia de protección por el costo de transporte. Cuando el flete es relevante, conviene la manufactura local y, como se sabe, en el Cono Sur estamos lejos del mundo. Estos son los llamados “bienes regionales”. Este concepto explica buena parte de las eficientes compras chilenas a Argentina, sin “pagar” el arancel extra-zona.
La otra razón es la prolongación al mercado regional ampliado, de la producción sustitutiva de importaciones. Nuestra unión aduanera imperfecta con Brasil terminó favoreciendo al país grande, por escala del mercado. Hace 15 años, la suma de las dos protecciones era casi infinita. Hoy, con aranceles comerciales más bajos en el mundo, deberían primar los bienes regionales y la protección del flete. En este sentido, el Mercosur sería una rémora costosa para los consumidores y poco eficiente para el logro de escala de los productores. Si, como se dice, el agua tiende a ir al bajo, la lógica implica que en algún momento nuestro socio mayor deberá empezar a “chilenizarse”. ¡Que sea pronto! Chile exporta u$s 2.535 por hab. Y ellos u$s 637. ¡4 a1!. ¿Qué tal?
Por Jorge Ingaramo - Economista y consultor de empresas - La Mañana de Córdoba