Zheng Lianhi lleva la globalización en los pies. Sus zapatillas norteamericanas Nike fueron fabricadas en China, con cuero terminado en la Argentina. Sadesa, una curtiembre local, exporta al país asiático el 55 por ciento de sus cueros industrializados para los líderes en calzado como Nike, Reebok, Adidas, Puma y Timberland, según las especificaciones que cada marca exige. La firma provee el 60% de los casi 2 millones de cueros industrializados que nuestro país exporta a China por un valor cercano a los US$ 130 millones anuales.
Pero, ¿cómo se inserta una Pyme argentina en un mercado de casi 1300 millones de habitantes, que creció cinco veces en dos décadas, es el séptimo productor mundial de bienes, la sexta potencia económica y su intercambio comercial con el mundo (US$ 510.000 millones, casi 15 veces el argentino) creció un 18% en 2002? .
Su fuerza de trabajo, además, es de las más baratas del globo, altamente calificada e inagotable. Cuenta con servicios del Primer Mundo y sólo en 2002 recibió capitales por casi US$ 50.000 millones, lo que le permitió crecer un 8% en un 2002 de recesión mundial.
En el caso de Sadesa, su desembarco en China data de la década del 70. La compañía que representaba comercialmente a la curtiembre en Europa le propuso incursionar en China. La primera orden fue destinada a la confección de botas para damas, en medio de una economía comunista y cuando los únicos compradores eran compañías del gobierno. Sadesa supo ver la oportunidad y el potencial de dicho mercado: no podía quedar afuera.
China es el principal productor mundial de calzado. Produce 7 billones de pares por año sobre un total mundial proyectado para 2003 de 13 billones. En otras palabras, representa el 54% de la demanda del sector y el 35% de la demanda mundial de cuero.
Además de sus exportaciones de cuero terminado, Sadesa instaló una planta propia en China para atender de cerca al cliente y entregar sus productos just in time . Allí recibe desde la Argentina cueros semiacabados, destinados a desarrollos de nuevos artículos, u órdenes urgentes cuyo plazo de entrega sería imposible de cumplir embarcando desde la Argentina.
- Los que fijaron la ruta.
De la mano de grandes compañías locales que hacen negocios con China, como Impsa, Siderca, y bodegas como Norton, Chandon y San Huberto, las más chicas se animaron a abrir su propio camino en el bastión de Oriente. Algunos ejemplos son Bio Sidus, que cuando se propuso llegar a China con sus productos farmacéuticos se encontró con otra gran muralla: la Administración Estatal de Medicamentos (SDA), el organismo que los regula, controla y aprueba, se reúne una vez cada seis meses. Cada oportunidad que pasa es medio año que se esfuma.
Dotada de paciencia oriental, el área biotecnológica del laboratorio recibió al término de tres años de evaluaciones técnicas el pasaporte para exportar. En 2002 envió medicamentos por US$ 150.000, en productos como Filgrastim, un promotor de crecimiento de los glóbulos blancos, y Hemax, productor de glóbulos rojos. Son los primeros pasos en "el país del siglo", como lo llaman algunos.
Frigorífico La Pompeya tiene un historial comercial con China de 15 años. Cada seis meses embarca productos congelados, como salchichas, chorizos y morcillas, con la marca Fox. Pero atenta al empuje y al aumento del poder adquisitivo de la clase media, la empresa descubrió un verdadero nicho. "Hay un producto nuevo y gourmet que en la Argentina no tiene mercado y China lo demanda con ansiedad y lo considera una exquisitez: Los estómagos cocidos, las patas y las orejas de cerdo", explicó Paula Rinland, encargada de exportaciones del frigorífico. El exótico paladar chino está dispuesto a pagar por estas delicateses entre 800 y 1500 dólares la tonelada. "En febrero saldrá el primer contenedor de 20 pies completo de esta mercadería", explicó.
Los alimentos argentinos no tienen una entrada fácil. Deben lidiar con barreras sanitarias y comerciales. "Durante un tiempo el mercado permaneció cerrado por el problema de la peste porcina clásica, y Brasil ganó posiciones. No obstante, la clave para negociar con China es la confianza. Es un mercado que se maneja mucho con la palabra y la presencia, cumple siempre, es estricto y selectivo, y si uno trabaja bien se asegura de 30 a 50 años de actividad comercial", agregó Rinland.
San Miguel, empresa frutícola tucumana, espera agazapada que China levante las restricciones sanitarias para su producto estrella, el limón (nuestro país es el primer exportador mundial). Por ahora, los chinos deben hacer agua la boca o viajar para probar las jugosas frutas argentinas. "Trabajamos mucho con el sudeste asiático, sobre todo con Hong Kong, Filipinas, Indonesia, Singapur, Malasia y Taiwan, con envíos de 2500 toneladas de limón, y otro tanto de naranjas, mandarinas, pomelos, uva y algo de peras", expresó José Carlos Bertolotti, de Ventas y Marketing.
"Estos mercados, junto con China -cuando abra su importación- no son tradicionales, como Europa, que es el cliente más importante. Son más flexibles en cuanto al tipo de fruta que quieren, pagan mejor y son más estables en los precios", añadió.
"La participación argentina en las compras chinas representa el 0,52% del total importado", señala un informe de Javier González Ojeda, de la Fundación Export Ar. No obstante, entre 1995 y 2001, nuestras exportaciones a China crecieron casi un 300% y el último dato disponible muestra embarques por US$ 1122 millones.
El máximo potencial de nuestro país viene por el lado de las frutas frescas, jugos, vino tinto, alimentos orgánicos, lácteos, productos enlatados y pescados. Pero los bienes no tan tradicionales relacionados con la biotecnología, el software, la indumentaria, la madera y la pulpa de papel también tienen posibilidades.
China atrapa. Tanto, que obliga a dejar de lado los casi 20.000 kilómetros que separan a Buenos Aires de la poderosa Shanghai, por ejemplo, o a la aparente infranqueable barrera idiomática para participar de lo que hoy llaman "el país del siglo".
Fuente: Diario La Nación