En Venado Tuerto, una empresa fabrica y exporta máquinas para la recolección de frutas. Ya colocaron 14 máquinas, que valen 300.000 dólares cada una, en Australia. Martín Bonadeo es ingeniero agrónomo y administra una explotación familiar en Venado Tuerto, en el corazón sojero, que late cada vez más fuerte. Cuenta con 1.000 hectáreas propias, y llegó a trabajar otras 3.000 en alquiler. Pero en el 2001 percibió que hacer soja en campos de terceros era un negocio cada día más ajustado. La soja le había generado algún capital, pero era hora de volcarlo en algo más complejo... Buscó alternativas. ¿Qué otra cosa podría hacer en Venado Tuerto?.
Así, salió a recorrer el país, a la pesca de oportunidades. Siempre en temas vinculados con la agricultura. Detectó que, al amparo de los regímenes de promoción fiscal, las plantaciones de olivo crecían vertiginosamente, sobre todo en La Rioja y Catamarca.
Con la entrada en producción de los primeros olivares, hubo un cuello de botella en la cosecha: la escasez de mano de obra. "Sí -pensó-, aquí hay que fabricar una cosechadora de aceitunas".
Nada mejor que Venado Tuerto para pensar en clave de fierros. Allí saben trabajar la chapa, no le tienen miedo a la hidráulica, a la electrónica, a nada. Creó "MaqTec" y se puso a diseñar, junto con dos socios también profesionales, la cosechadora soñada.
Consiguieron un crédito del Fontar "que nos ayudó mucho para el desarrollo". De entrada vieron que el negocio estaba más afuera que adentro. Hasta ahora no existía ninguna cosechadora de aceitunas a nivel mundial.
Cortemos camino: las primeras cuatro se vendieron en la Argentina. Pero enseguida se abrió el mercado de Australia. Ya el año pasado colocaron 14 allí, donde también el aceite de oliva se convirtió en un negocio brillante.
Los visitamos en su taller, sobre la ruta 8. "Como toda familia que crece, necesitamos más espacio. Arrancamos con un galpón, alquilamos otro enfrente, pero ahora nos tuvimos que ir a uno mucho más grande", relata Martín Bonadeo, enmarcado por el pórtico de la imponente "Colossus", de cuatro metros de alto.
Es un nuevo modelo, que incorpora muchas novedades. Cada máquina vale alrededor de 300 mil dólares, y están en la cresta de la tecnología metalmecánica. Son totalmente hidráulicas, no se ve ni una correa ni una polea, se accionan electrónicamente y las funciones están controladas por tres computadoras (PLC).
La máquina consiste en un enorme arco, como las que mueven contenedores en el puerto. Tiene cuatro ruedas motrices. Avanza cabalgando sobre la hilera de árboles. Un par de rotores provistos de largas púas sacuden la planta, una vibración hace que caigan las aceitunas sobre una cinta transportadora, y desde el extremo trasero se elevan por medio de una cinta con cucharas ("noria con cangilones"). De allí se descarga a camión.
La máquina combina componentes nacionales e importados. "Para exportar necesitamos componentes reconocibles en todo el mundo", dice Bonadeo. El motor es John Deere, producido en el país. La hidráulica es alemana (Bosch Rexroth), igual que parte de la electrónica, aunque un controlador clave es fabricado por la firma Sonar de Totoras. Esta empresa provee a las fábricas argentinas de cosechadoras de granos.
Pero no todo se reduce a las aceitunas. A fines del 2004 llevaron a Jujuy una cosechadora similar, pero pensando en cosechar naranjas. La vieron unos empresarios de Florida (EE.UU.) y uno se hizo fabricar una unidad. "Allá está el mercado, porque producen todo para industria, que es donde la máquina trabaja mejor. En la Argentina lo más importante es el mercado de fruta fresca, para la que la cosecha mecánica no se adapta todavía", sostiene Bonadeo. "Pero en la Florida hay 300.000 hectáreas, y en Brasil un millón". Y ahí están, esperando, las 70.000 de olivos en Argentina.
Por Héctor A. Huergo. Clarín