Se llaman industrias culturales a todas aquellas que tienen como objeto de su actividad la creación, la producción y la comercialización de bienes y servicios de las más diversas características, centrados en contenidos de naturaleza cultural. Incluyen la impresión y la publicación de libros o revistas, las producciones multimediales, audiovisuales, fonográficas y cinematográficas o el diseño. Las IC, como se las suele denominar, constituyen, de acuerdo con los datos de la Unesco, uno de los sectores con más amplias capacidades potenciales de exportación y nuestro país posee, en esa materia, posibilidades muy grandes para ampliar su campo de actividades.
Las naciones desarrolladas son capaces de hacer pesar sus poderosas industrias, como es el caso de la cinematografía norteamericana con sus superproducciones, por ejemplo. Pero los países como el nuestro, que no cuentan con una capacidad equivalente, generalmente están en condiciones de ofrecer sus productos en un campo que se caracteriza por la presencia poderosa de la creatividad. En ese terreno no siempre se requieren capitales mayúsculos para poner en marcha una producción capaz de llegar a poblaciones variadísimas.
Las industrias culturales están a cargo en nuestro país, por lo común, de pequeñas y medianas empresas. El programa Cultura Exporta, de la Subsecretaría de Gestión e Industrias Culturales porteña, viene trabajando para promocionar en el exterior la producción de las pymes radicadas en nuestra ciudad, lo cual resulta especialmente importante si se piensa que esas empresas no siempre están en condiciones de hacer conocer y ubicar sus productos fuera del país. Para eso ofrece subsidios a fin de que dichas empresas puedan participar en ferias internacionales de negocios editoriales, sellos discográficos y muestras de diseño.
Es imposible olvidar que varias de esas industrias tuvieron su período de auge en el país hace muchas décadas, sin auxilios ni subsidios y en épocas en que los recursos tecnológicos eran mucho más limitados que los actuales.
Cabe añorar, con tristeza imposible de ocultar, los años de oro de la industria editorial argentina, que proveyó de los títulos más variados a todo el mercado de habla hispana, incluidos los textos de lectura que usaron millones de escolares.
Algo similar se puede decir de nuestro cine, que se expandió vigorosamente en los mismos mercados, durante muchas décadas. En todos esos casos, la voluntad de crecer y la confianza en las propias armas permitieron logros que hoy son más difíciles de alcanzar, en un mundo que se ha transformado poderosamente y cuyos cambios no siempre fuimos capaces de acompañar debidamente.
Un dato positivo de los últimos años es el crecimiento de la exportación de no pocas producciones televisivas argentinas.
El panorama se puede volver muy alentador si se piensa que el mayor secreto de estas industrias es, como queda dicho, la creatividad y que cuando se la puede poner en acción se generan resultados difíciles de prever. Esa creatividad existe en medida más que importante entre nosotros y resulta de la mayor importancia sostenerla cuando necesita apoyos para desenvolverse.
Editorial - Diario La Nación