El país exporta bienes de bajo valor agregado y compra productos industriales. La Argentina logró vender al exterior el año pasado el récord de 40.013 millones de dólares por los mejores precios internacionales y las mayores cantidades exportadas. En cambio, importó por 26.692 millones de dólares y le quedó, así, un saldo favorables de 11.321 millones. Pese a todo es conveniente entrar en detalles para saber dónde está parado el país. Del total colocado fronteras afuera, el 70 por ciento, es decir 28.000 millones fueron bienes primarios, manufacturas agropecuarias y combustibles y energía. El Mercosur absorbió el 19 por ciento de las colocaciones globales y la Unión Europa el 17 por ciento. Pero del exterior adquirió bienes de capital, insumos industriales y piezas y repuestos para bienes de capital por 23.800 millones.
Es decir: el 85 por ciento de las importaciones fueron insumos y productos que tienen mucho más valor agregado que los bienes que la Argentina vende. El valor de las importaciones se elevó un 6 por ciento con respecto al año anterior pero las exportaciones aumentaron, en ese plano, un 1 por ciento.
Esta estructura del comercio exterior argentino hoy parece no preocupar mucho a funcionarios y productores porque se mantienen (aunque no se sabe por cuanto tiempo) los altos precios internacionales de los productos primarios agropecuarios y el petróleo. Pero ningún país puede basar su estructura productiva en la coyuntura internacional en las etapas de cierta bonanza. Debería aprovechar el buen momento de esos precios mundiales para reconvertirse en función de una producción basada en alta tecnología y sueldos altos.
El grueso del consumo doméstico de bienes durables como computadoras, celulares, aire acondicionados y hasta autos proviene del exterior, en muchos casos de Brasil o del Asia. Los bienes de capital representaron el 25 por ciento del total. Así, una parte significativa de la recomposición de ingresos se vuelca como demanda de productos que generan más empleo, actividad y comercio en esos países fabricantes-vendedores.
Ante esta circunstancia, la Argentina insiste en poner trabas a la supuesta invasión de bienes brasileños, con el argumento de que perjudican la producción nacional. El peligro que todo esto conlleva es que ante la falta de producción interna, la mayor demanda se traslade directamente a los precios, sin que eso se traduzca en una ampliación dinámica de la oferta doméstica.
El 2005 cerró con un déficit para la Argentina de 3.600 millones de dólares en su intercambio con Brasil, el doble de las cifras alcanzadas en 2004. La dependencia de la Argentina se acrecentó. Es que Brasil achicó su adquisición de productos primarios y petróleo de la Argentina, mientras que al mismo tiempo elevaba el ritmo de envío a Buenos Aires de autos, bienes de capital y productos elaborados.
La clave pasa por la reconversión de la industria argentina a precios internacionalmente competitivos. Hoy por hoy el país dispone de un conjunto de condiciones favorables, salarios en dólares muy bajos, tasas de interés particularmente bajas y hasta incentivos fiscales para la inversión que antes eran desconocidos o bien cuestionados por un sector del pensamiento económico local. Brasil, en cambio, por la apreciación del real, tiene una estructura productiva, a valores internacionales, más cara que Argentina.
Por Daniel Muchnik
Diario Clarín