En los últimos años, el Gobierno argentino adoptó la estrategia de diversificar mercados como piedra angular para la expansión de las exportaciones. A partir de la mejoría sustancial de la competitividad que daba la devaluación del peso, se buscó avanzar en negociaciones con distintos países y regiones para tratar de abrir nuevos mercados. No se trata de un detalle menor, pues desde hace tiempo se ha impuesto la idea de que los mercados externos son la llave del crecimiento, dado lo estrecho del mercado local. No es éste el lugar para discutir tal concepción, pero digamos al pasar que la fortaleza del mercado interno se relaciona estrechamente con la distribución del ingreso, de modo que la salida exportadora es, en general, una alternativa frente a salarios deprimidos de manera perenne.
La expansión de las exportaciones no está siendo estimulada de la forma habitual en la política económica argentina, por medio de amplios reembolsos o “intervenciones especiales” en el mercado laboral (léase flexibilización de las condiciones de trabajo). Por el contrario, en general, los estímulos vía precios son inversos, pues una de las fuentes principales de recursos fiscales son las retenciones a las exportaciones. Los estímulos principales están dados hoy por la firma de acuerdos que eliminan restricciones al ingreso de productos o pautan determinados volúmenes de compra, y por una amplia publicidad.
Los primeros resultados
Tal camino parece estar dando ya sus primeros frutos. Las exportaciones están creciendo a más del 15% anual desde el año 2003. Incluso, este año, ese crecimiento se debió mucho más a incrementos de cantidades que a precios favorables, como había ocurrido en los dos años previos.
Y, efectivamente, ese resultado tiene mucho que ver con la estrategia adoptada. Al sumar los clientes tradicionales de la Argentina (el Mercosur, la Unión Europea y la región del Nafta), en 2001, esos socios representaban casi el 60% de las exportaciones de nuestro país. En 2004, habían caído a menos del 52%; y es probable que este año sigan retrocediendo frente a nuevos socios como China o Corea. Incluso, el Nafta era hacia 2001 sólo Estados Unidos, mientras que hoy se expandieron notablemente las exportaciones a México, luego de un acuerdo bilateral.
Algunas sombras
La diversificación de mercados no puede ocultar, sin embargo, tres aspectos problemáticos. En primer lugar, se trata de una estrategia cuyas altas tasas de crecimiento son algo limitadas en el tiempo. El efecto inicial de la apertura es un rápido crecimiento, que refleja el “comercio reprimido” por las restricciones previas. Luego de un tiempo, tiende a estabilizarse y crecer a ritmos mucho menores. De modo que estamos en presencia de un camino que hay que transitar, sin una euforia desmedida por los primeros resultados.
En segundo lugar, pensar la estructura productiva desde el comercio exterior es poner las cosas de cabeza. Para exportar, primero hay que producir. Y nuestra base productiva es muy poco diversificada. Por eso, se sigue observando una concentración muy fuerte de las exportaciones en pocos rubros, tendencia que, incluso, se ha acentuado. El complejo oleaginoso, por ejemplo, representaba en 2001 el 21.3% de las exportaciones, mientras que en 2004 ascendió al 25.6%. Los principales sectores exportadores siguen siendo los mismos de la década del ‘90. Y nuestra principal exportación continúa siendo “residuos y desperdicios de la industria alimenticia”.
En general, se trata de sectores con poco valor agregado, basados en la explotación intensiva de recursos naturales, poco movilizadores de empleo y sujetos a una demanda externa poco dinámica y grandes fluctuaciones de precios. Es así que el perfil externo que se va consolidando puede enhebrar varios años de vacas gordas con otros mucho menos brillantes. Si el crecimiento debe reposar sobre las exportaciones, las altas tasas actuales siguen siendo bajas. Por último, no debe olvidarse el costo en medio ambiente de toda explotación basada en recursos naturales.
Por eso, la estrategia no debe ser la apuesta principal en materia económica. Con políticas activas, se debe diversificar de manera decidida la estructura productiva, fortaleciendo la elaboración de bienes con mayor valor agregado, cuyo destino debe ser balanceado entre el mercado interno y el mercado internacional. Así, el modelo se transformará en sustentable desde el punto de vista económico, social y ecológico.
Por Andrés Musacchio