Vanarte tiene menos de un año de vida, sin embargo ya tienen clientes en España, Chile, México y Estados Unidos. Recibieron ofertas para abrir franquicias y el emprendimiento vende el 50% de su producción en el exterior. Natalia Aguerre, licenciada en Relaciones Públicas y Valeria Intrieri dirigen esta miniempresa productora de artesanías hechas con papel reciclado.
¿Cómo comenzaron? "De casualidad", cuenta Natalia. "Sucede que en noviembre de 2003 se casaba mi hermana y para ahorrar decidí hacerle en papel reciclado las tarjetas de invitación. Eran 100 y como no podía sola recurrí a mi amiga Valeria, licenciada en historia del arte. Reciclar papel era mi hobby, pero luego de esta experiencia la gente comenzó a hacer pedidos", dice.
Por iniciativa del novio de Natalia llegó la página Web y a partir de ahí un crecimiento que no esperaban: un promedio de 150 visitas por día, de las cuales el 90% se traduce en una compra. "El crecimiento nos sorprendió, pero contamos con el asesoramiento de mi hermano, Diego Aguerre, estudiante de comercio exterior, y ahora estamos en la etapa de regularizarnos para poder exportar directamente", (ahora lo hacen a través de terceros). La posibilidad de trabajar con el mercado externo es fundamental para su crecimiento. Es más, ambas emprendedoras aseguran que no modifican los precios por vender afuera: creen que el valor del producto es el mismo si va para el mercado interno o externo y, simplemente, convierten la moneda.
Atribuyen el éxito de Vanarte a la flexibilidad de su producción; se ajustan a las necesidades del cliente, aunque cuentan con un muestrario de productos de diseño y fabricación propia. La creatividad y no desanimarse parece ser la clave para llegar, como en este caso, a sorprenderse de la aceptación internacional de una idea. Con materia prima que incluye desde viejos apuntes de facultad hasta todo el papel que ocupaba espacios ociosos en casa de parientes y amigos, se formó una pequeña empresa que, con sello autóctono, vende sus productos en Europa y América del Norte.
Su crecimiento es sostenido, de las 100 primeras tarjetas de casamiento pasaron a 2000 unidades semanales y a importantes pedidos de mercadería: todo artesanal de principio a fin. Ya cuentan con un taller en el que atienden al público un par de días a la semana y el resto del tiempo se dedican a fabricar los productos.
Cuando no pueden hacer frente a la demanda del mercado externo o cuando sus clientes piden cosas que ellas no fabrican convocan a otros pequeños productores. Para estas emprendedoras, la ventaja de exportar es que también se convierten en un canal de distribución que beneficia a otros artesanos aún más pequeños que ellas.
Por Andrea Méndez Brandam
Fuente Diario La Nación