Con una cuenta sencilla, que se puede aplicar tanto a Brasil como a la Argentina, el autor destaca la importancia que tendría para ambos países una integración económica en serio. Sostiene que unidos, ambos mercados tendrían importancia para el resto del mundo y el flujo de inversiones permitiría ir acotando el monto de la deuda sin ajustes adicionales.
Roberto Campos, mentor de las reformas de los años 60 en Brasil y antiguo miembro del cuerpo diplomático, cita en sus memorias la frase de un diplomático inglés en la ONU, quien escuchando un discurso de frases grandiosas de un delegado, le dijo a Campos: "Siempre me ha impresionado la capacidad de los latinoamericanos de transformar pocos gramos de hechos en toneladas de palabras". Es inevitable recordar la frase cuando se habla del Mercosur.
Nuestros países, representados por sus autoridades, han firmado todo tipo de compromisos. Actas, protocolos de intenciones y declaraciones conjuntas de los países del bloque citan siempre ambiciones que tropiezan luego con la falta de implementación de las medidas y las disputas por cuestiones menores.
En estos días, la nueva dirigencia de Ucrania ha dicho que el país hizo una opción por Europa y Turquía está haciendo todo lo posible para ingresar a la Unión Europea (UE). Siglos de alejamiento están siendo barridos por la integración. Es la Historia moviéndose. En la UE, 25 países con más de 15 lenguas consiguen llegar a un denominador común sobre cuestiones trascendentales para el futuro de sus pueblos.
Ante eso, que en este pequeño rincón del mundo, la integración entre nuestros países siga marcada por conflictos ligados a pollos o heladeras es un ejemplo emblemático de las diferencias que nos separan de Europa. Somos pequeños y pensamos de forma provinciana.
Quien alquila un auto en Alemania, para citar un caso, y se dirige a Austria, descubre que es imposible saber dónde acaba un país y comienza otro. No hay control fronterizo, ni nadie pide un pasaporte y ni siquiera hay un cartel que informe dónde se localiza la frontera. Eso es integrarse y tener un espacio común. Eso es lo que los países del Mercosur —y Brasil y Argentina en particular— deberían buscar: ser un todo único ante los ojos del mundo.
Con el supuesto de un tipo de cambio promedio de 2,75 reales por dólar en Brasil y de 2,95 pesos en la Argentina, en 2005 el PIB debe ser del orden de 710 mil millones de dólares en Brasil y de 170 mil millones en la Argentina. El tamaño del mercado es un poderoso atractivo para el mundo.
El Mercosur debería tener una estrategia para convertirse en un polo de atracción de grandes proyectos de inversión en los próximos 10 a 20 años. Deberíamos hacer lo que Brasil hizo de forma insuficiente en los últimos 5 años, desde que devaluó en 1999. Desde entonces, su resultado en cuenta corriente en la Balanza de Pagos mejoró notablemente y mantuvo niveles de inversión extranjera importantes, aunque menores que los observados en la segunda mitad de los 90.
Sumas y restas
Con la combinación de saldos positivos en cuenta corriente y de flujos de inversión directa extranjera del orden de 10 mil millones al año, el país redujo su deuda externa neta en 35 mil millones de dólares entre 1999 y 2004, mediante un proceso de pago de la deuda bruta y de acumulación de reservas internacionales.
Una cuenta ayuda a comprender las potencialidades del proceso. Actualmente, la deuda externa brasileña neta es de unos 150 mil millones de dólares. Si el país consigue, en los próximos años, alcanzar un nivel de inversiones extranjeras de 20 mil millones al año —algo ya observado en el pasado— con un déficit moderado en cuenta corriente, de por ejemplo 5 mil millones/año, habría un residuo de 15 mil millones de dólares al año que Brasil podría utilizar para pagar deuda y/o para acumular reservas.
En ambos casos, la deuda neta disminuye en ese valor. En ese contexto, en 10 años simplemente la deuda externa desaparecería, lo cual le daría una solidez enorme a la economía, mejoraría el "rating" del país y lo haría mucho menos vulnerable a los vaivenes del humor de los mercados financieros internacionales. Para la Argentina, vale un razonamiento similar.
Es evidente que ese proceso recibiría un espaldarazo si nuestros países construyen un bloque que sea efectivamente homogéneo. Un inversor que se instale hoy en la Argentina o en Brasil, sabe que un producto producido en San Pablo, podrá ser vendido en Pernambuco o que otro elaborado en Buenos Aires podrá ser vendido en Corrientes, pero no tiene ninguna seguridad de que lo que se produzca en San Pablo dentro de cinco años pueda ser vendido libremente en Buenos Aires, o viceversa.
Eso limita la inversión, por agregar un componente de incertidumbre a los que ya existen normalmente en la economía. "Mercado ampliado", "mercado común" y "previsibilidad" son, así, expresiones que deben pasar a formar parte del bloque, si pretendemos aspirar a que el resto del mundo nos tome en cuenta en el momento de decidir si plantas que pueden ser establecidas en Polonia, en el interior de Indonesia o en México, vienen a ser instaladas en el Mercosur.
Eso implica postular la construcción de un mercado común efectivo en la región, en el marco de una política de regionalismo abierto, como una de las principales tareas de nuestros países en la segunda mitad de la década, armonizando políticas y eliminando completamente las trabas al comercio y a la circulación de bienes y personas en un plazo que sea razonable.
Con esos ingredientes, el Mercosur podría convertirse en una gigantesca aspiradora de grandes proyectos de inversión en los próximos 10 a 15 años. Sin eso, el bloque seguirá viviendo con "pocos gramos de hechos y toneladas de palabras".
Por Fabio Giambiagi
Economista del Instituto de Pesquisas Económicas Aplicadas (IPEA)
Fuente Diario Clarín