La relación con Gran Bretaña a principios del siglo XX: una experiencia que enseña los riesgos que se corren si la relación comercial con China se limita a exportar productos primarios e importar capital. Se viene China. Ante las dificultades para avanzar con inversiones sobre Europa y Estados Unidos, la emergente potencia de Asia ha decidido desembarcar con fuerza en América latina. Propone firmar acuerdos de comercio o de preferencia de mercados y trae numerosos capitales para inversiones directas, como lo demuestran los casos de Venezuela y Brasil. Y desde esta semana también la Argentina será protagonista de esta ofensiva del gigante que se ha despertado para desafiar la hegemonía norteamericana.
Más allá de la "novela" de las inversiones, de los supuestos anuncios gubernamentales desmedidos y de la exageración de la prensa, es un hecho que China vendrá a invertir a la Argentina, en sectores variados como petróleo, gas, ferrocarriles, viviendas, comunicaciones, entre otros. También agregará a la Argentina, a la selecta lista de países elegibles para el turismo, lo que abriría la puerta a medio millón de chinos que podrían visitar el país cada año, con un efecto económico seguramente importante (medio millón de turistas con un gasto per cápita de u$s 2.000 significan u$s 1.000 millones anuales de impacto).
Conflictos sectoriales
La pregunta de fondo es qué tipo de relación estructural tendrá la Argentina con China. Básicamente, hay dos opciones: o se produce un intercambio de productos primarios (alimentos, energía) por capitales e industrialización o se intenta una relación más balanceada, donde China también se abra a manufacturas y productos argentinos de valor agregado. Luis Pagani, el dueño de Arcor, lo explicó muy claro en la revista de IDEA; según el empresario, China está "obstruyendo el acceso de productos alimenticios a su mercado", pero representa una oportunidad importante para la industria agroalimentaria –si abriera mercados- y a la vez una amenaza para otros sectores industriales donde los chinos son muy competitivos, como el textil.
¿Qué hará el gobierno frente a estos dilemas? Casos de conflictos sectoriales hay numerosos, grandes y chicos. Como el de los anteojos: en la Argentina en los ’90 había 120 fábricas de lentes y quedaron unas 15, que abastecen a lo sumo un 10% del mercado interno. El resto es de los chinos. La reacción del gobierno fue imponer derechos antidumping a la importación de anteojos chinos, que antes entraban a u$s 0,30 o 0,50 y ahora no podrán ingresar a menos de u$s 2. Este ejemplo, si se quiere menor, habla de un tema clave: con estos acuerdos China aspira a que la reconozcan economía de mercado para evitar numerosos reclamos antidumping que enfrenta por las ventajas estatales que se otorgan a numerosos sectores desde el Gobierno "comunista".
Se sabe que el interés de China es hacer escala con sus inversiones (tiene en su territorio una gran capacidad instalada industrial) y asegurarse el acceso a materias primas, alimentos y energía, claves para su desarrollo de mediano plazo. El riesgo es repetir en las próximas décadas el tipo de relación que tuvo la Argentina con Gran Bretaña a fines del siglo XIX y principios del XX. Lo afirma con todas las letras Juan José Llach: "Podemos terminar abriendo un capítulo análogo al de hace 130 años con los ingleses. La disyuntiva es ser el granero y el yacimiento de Asia oriental, o uno de los shoppings de ese continente".
Lecciones de la historia
En la última parte del siglo XIX, especialmente a partir de la fundacional década de los ’80, hubo en la Argentina un auge de inversiones extranjeras. El país se endeudaba e invertía para acelerar el desarrollo, luego de la consolidación del Estado-Nación. Había un gran impulso de la producción agropecuaria, mientras se invertía en obras públicas (ferrocarriles, puertos, obras sanitarias). Como sustento político había un sistema cerrado en el que una elite dirigente impulsaba un programa progresista y modernizador, y una clase trabajadora comenzaba a tomar peso y a reclamar mejoras sociales y derechos políticos.
El radicalismo empezaba a desafiar al régimen, lo que junto a la crisis económica terminaría en la renuncia de Miguel Juárez Celman en 1890 (un crack que tiene muchos puntos de contacto con el de 2001), especialmente por la imprudencia fiscal del ex socio y concuñado del Presidente Julio A. Roca.
La salida fue de la mano de un giro ortodoxo en lo fiscal y monetario por parte del ministro de Hacienda Vicente Fidel López, y de un acuerdo con el Banco de Inglaterra, para retomar la senda del crecimiento basado en el modelo agroexportador (explotación de recursos naturales).
A principios del siglo XX, luego de la tremenda crisis de 1890, se acumula oro en las arcas del Estado en el marco de un sistema de convertibilidad entre el peso oro y el peso papel, mejoran los precios de exportación, las cuentas públicas están en orden, hay superávit comercial, los inmigrantes mejoran su posición social, avanza la educación y la urbanización. El ferrocarril es símbolo de progreso y herramienta de modernización y la Argentina entra en el circuito comercial mundial en expansión.
El centro de ese sistema global era Gran Bretaña: la Argentina producía los bienes primarios que los británicos necesitaban, y los intercambiaba por manufacturas y capitales. La dirigencia promovía la apertura de fronteras a la inmigración y los capitales. En este marco se amplía la frontera productiva y se tienden las principales redes de transporte, en general con financiamiento inglés. La Argentina satisfacía sus dos principales necesidades (mano de obra y financiamiento), pero imponía un tipo de modelo de desarrollo primario.
Dependencia
Más tarde, con la crisis de los ’30, volvería a hacerse patente la dependencia con Inglaterra y respecto del sector primario. Cuando se cierran los mercados y llega una escalada proteccionista en Europa y Estados Unidos, lo que origina una fuerte escasez de divisas y restricción de importaciones, la solución vuelve a ser polémica: el Pacto Roca-Runciman.
Los ganaderos argentinos se quejaban por los problemas que tenían para exportar, dadas las cuotas decrecientes del mercado inglés, y presionaban por un tratado comercial con Inglaterra. Una misión encabezada por el vicepresidente Julio Roca (h) emprendió un viaje a Londres, para recuperar el acceso a los mercados. Llevaba un as en la manga: darle a Gran Bretaña preferencias en cuanto a las importaciones argentinas.
En mayo de 1933 se firmó un acuerdo que generó grandes resistencias internas (fue calificado de "vendepatria" por muchos sectores), porque se lo consideró exponente de la alianza entre el capital inglés y el lobby ganadero argentino. Se mantenía el acceso al mercado de carne inglés y a cambio la Argentina otorgaba rebajas arancelarias y garantizaba la prioridad inglesa para las libras obtenidas de la venta de productos argentinos en Gran Bretaña. La idea fue mantener las exportaciones de carne y garantizarse las importaciones industriales necesarias para el desarrollo interno, pero exhibiendo ya una tensión que aún hoy nos acompaña, entre el "granero del mundo" (o el máximo proveedor de carnes del mundo) y las nacientes industrias argentinas. Hechos históricos que deben llamar a la reflexión a la luz del desembarco chino en el arranque del siglo XXI.
Por Diego Valenzuela
Fuente: Revista Fortuna