Durante el cuarto de siglo posterior a 1950, o sea, cinco años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, la humanidad gozó del período de mayor expansión económica a lo largo de toda su existencia: 4,7% en promedio acumulativo anual. En el mismo lapso, la Argentina se expandió un punto porcentual menos por año: al 3,7%. Por otro lado, luego de la guerra árabe israelí de Yom Kippur, que empezó en octubre de 1973 y concluyó a fines de 1974, el precio del petróleo se multiplicó por cinco. Luego creció otro 150% entre 1979 y 1980 con la revolución iraní, provocando un cambio de escala hacia arriba en el nivel de precios mundial. Nuestros commodities de exportación y los importables no fueron la excepción a este fenómeno.
Recién desde fines de los 70 conviven en la Argentina niveles de precios internacionales de nuestros productos exportables y de los de importación en una escala similar a la de hoy, con el fenómeno del crecimiento económico instalado en la agenda mundial. En este contexto macroeconómico y desde 1976 hasta el presente, se pueden identificar tres períodos de crecimiento económico argentino acompañados por aumentos en nuestras exportaciones en cantidad (sin efecto precio) a los que, exagerando, se los podría llamar "saltos exportadores".
El primero transcurrió entre 1976 y 1979. Se extiende desde la toma del poder por parte de los militares hasta el primer año de vida de la tablita de Martínez de Hoz. El país venía de sufrir el Rodrigazo a mediados de 1975, cosa que entre muchas otras, implicó una devaluación real de nuestra moneda del 50%. Además, recibimos un shock favorable de términos del intercambio (precios internacionales de nuestras exportaciones/precios internacionales de nuestras importaciones) del 14%. La economía creció al 2,4% anual y las exportaciones en cantidad más del doble que en el mundo: 18,2% contra 7,6%, en promedio anual.
El segundo ocurrió entre 1993 y 1998. Ya se había producido alguna recomposición de la demanda interna evaporada por la hiperinflación y estaban presentes el impacto pleno del "casi" libre comercio con Brasil y una suba del 20% de los términos del intercambio. Por otro lado, la apreciación real del peso, debido al déficit fiscal financiado externamente, ya llegaba al 100%, respecto de los niveles del lanzamiento de la convertibilidad (que se sumaba al extravagante atraso cambiario de más del 300% de 1990). El PBI crecía al 4,4% anual (el mundo lo hacía a un ritmo de 3,5%), las exportaciones en cantidad se expandían menos que en el primer período pero casi el doble que en el mundo: 13,6% contra 7,5% anual. Las MOI (manufacturas de origen industrial) crecían, a pesar de nuestro fenomenal encarecimiento en dólares, al 20,2% anual.
El tercero se inicia con el primer año de crecimiento del modelo productivo (2003) y llega hasta el presente. Durante este período, la Argentina viene creciendo a un promedio del 8,9% anual, casi el doble de la tasa mundial: 4,8% (a su vez, entre los registros más altos de la historia). Además, en 2002, la devaluación real del peso llegó al 65% y hoy, cuatro años después, todavía supera el 50%. Y estamos gozando de una suba récord en nuestros términos del intercambio que ya llega al 24%.
Para maximizar las exportaciones en cantidad entre 2003 y 2006, más no se podía pedir: los precios internacionales de nuestros productos récord en los últimos 25 años, un peso barato y el mundo que nos sigue sacando de las manos lo que producimos relativamente más eficientemente (alimentos).
Sin embargo, la tasa de crecimiento fue la más baja de los tres períodos analizados (cubren 30 años) y un punto porcentual menos que en el mundo: 8,2% contra 9,3% anual. Y para gran frustración de los espíritus industrialistas de los muchachos K, las MOI, que con el atraso cambiario menemista crecieron a una tasa récord del 20,2% anual, hoy lo hacen al 10.6% anual.
¿De dónde saca entonces el Gobierno tanta euforia por la performance de las exportaciones hasta el extremo de enviar el martes pasado a su ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Taiana, a darnos una supuesta buena nueva?
La Casa Rosada habló de las exportaciones en dólares que, en 2006, subirán 79% desde los US$ 25.600 millones de 2002 a más de 45.000 millones. Pero lo que no dice es que de esos más de US$ 20.000 millones adicionales, el 45% es por efecto precio (9% del PBI) y sólo el restante 55% es por aumento en la cantidades exportadas. Es más, aún en valor, el aumento promedio anual de 15,6%, entre 2003 y 2006, es sólo dos puntos porcentuales superior al del período 1993-1998 (13,4%) y muchísimo más bajo que el 27,4% anual del lapso 1976-1979. Frío, muy frío.
La mediocre performance de las cantidades exportadas desde 2003, a pesar de un dólar caro, precios internacionales récord de nuestros commodities de exportación y un espectacular crecimiento económico mundial, es una consecuencia directa de la postura contraria al libre comercio de nuestra sociedad, de la que el Gobierno es un fiel representante.
Comercio libre
Para exportar hay que importar. No hay otra. Nadie se va a abrir si nosotros no bajamos los aranceles a la importación. Pero claro, ir al comercio libre con bajísimos aranceles choca con el objetivo redistributivo de corto plazo: hay industrias que a pesar del dólar caro y agregados como la mano de obra esclava boliviana (algunos textiles), a lo mejor no resistirían la competencia importada (China).
En paralelo, y con el mismo argumento de la redistribución, los alimentos tienen que ser baratos para los argentinos. Por eso, las retenciones, las prohibiciones para exportar, la eliminación de los reintegros de impuestos, la intervención de la Secretaría de Comercio en el Mercado Central de Buenos Aires, el sube y baja del peso mínimo de faena, precios máximos en el Mercado de Hacienda de Liniers, los cierres por tiempo indeterminado de los registros de exportación de granos, etcétera.
Si una eficiente asignación de recursos no existe como prioridad para el Gobierno y lo único que considera relevante es redistribuir ingresos dentro de un capitalismo bien trucho, las ganancias de los productores agropecuarios argentinos tienen que ser las mínimas necesarias para que produzcan alimentos bien baratos y no tener que importarlos. El progresismo resentido K hará lo imposible para evitar reconocerle a un extranjero los precios internacionales que hoy les niega a los locales, ¿podrá? Sería demasiado doloroso para su estómago.
Ahora, si los sectores protegidos por el Gobierno (construcción y muchas industrias) tienen precios con tanta "crema" que hasta el ex ministro Roberto Lavagna los denunció cuando todavía disfrutaba de las mieles del poder, no importa: generan empleos y votos para perpetuarse en el poder. Muy triste.
Por José Luis Espert -Diario La Nación