Con apoyo del INTA, un grupo de familias de Tandil encontró en su producción y exportación una salida laboral. Ahí donde algunos ven a un depredador de plantas y jardines, otros observan en los caracoles un bocadillo en movimiento. La mayoría se esfuerza por combatirlos. Otros, como el caso del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de Tandil, encuentran en ellos una oportunidad de generar un negocio de exportación. Por eso, desde esa sede del organismo estatal nacional se desarrolló un plan de cría de caracoles con destino al mercado externo que, además de perseguir el objetivo comercial, surgió para buscar una oportunidad económica para gente de bajos recursos. Si bien en el país la cría y comercialización de caracoles se encuentra en estado embrionario, en muchos países de Europa -con Italia, Francia y España a la cabeza, con alrededor de 100 mil toneladas al año- su consumo es habitual, por lo que representan un mercado tentador.
Con ese objetivo, en octubre de 2001 el INTA local impulsó el proyecto "Caracoles solidarios", que ya generó las primeras exportaciones. La experiencia comenzó a partir de un proyecto comunitario, impulsado desde la asociación civil Rincón Solidario, destinado a familias de bajos recursos, a las que, por medio de iniciativas como ésta, se busca brindar atención y capacitación para que puedan autogestionarse.
"Esto no hay que hacerlo"
Recorriendo el duro camino del ensayo y error para buscar mejoras, los responsables del plan apuntaron a producir unas 10 toneladas de caracoles del tipo jardín (Helix Aspersa), lo que en teoría les podría redituar unos 10 mil dólares. "Sin embargo, el desarrollo fue distinto. Y mucho de lo que intentamos nos sirvió para decir «esto no hay que hacerlo»", explicó la ingeniera agrónoma Fanny Martens, a cargo del proyecto desde el INTA.
De esa manera, tras realizar una campaña masiva de recolección de caracoles, en la que se involucró a la comunidad de Tandil, se comenzó con la producción en un predio ubicado en el fondo de una capilla, siguiendo el método de cría italiano, de ciclo completo en el mismo lugar. Tras una primera experiencia inicial, la caracolera fue mudada a un predio de una hectárea, donde se pasó a reproducir los ejemplares en un lugar cubierto.
"Fuimos descubriendo muchas cosas que nos perjudicaron, como que el animal se estresa por todo y muere, que la mortandad por calor es intensa, que lleva tiempo dar con la verdura que prefiere y que muchos ejemplares murieron bajo los zapatos de los que entraban a los invernáculos", explicó Martens.
Los caracoles se venden vivos y purgados -tras este proceso pierden cerca del 15% de su peso y quedan con 7 gramos-, y viajan a su destino final en cajones similares a los de pescado. En marzo de 2004 se cosecharon 550 kilos, de los cuales 200 fueron vendidos como reproductores a razón de 3,30 dólares el kilo; los restantes se comercializaron a un frigorífico con destino final a España a 2 dólares el kilo. Este año lograron vender 200 kilos a la firma Agropatagonia, a razón de 2,20 dólares el kilo y otros 70 a Ecotrade, de Quequén, a 4,20 pesos el kilo. También enviaron muestras a otras firmas.
Por Martín Glade
Fuente Diario La Nación