Ser profeta de lo obvio. Esta debe ser la misión de quienes promueven el comercio exterior en la Argentina. Porque, no nos engañemos, lejos de ensayar análisis complejos, descifrar informes laberínticos y pronosticar resultados de otra galaxia, la fórmula es muy simple: hay que aprender a ver, conocerse, entender al consumidor que quiero atrapar. Y esto, que parece de lo más sencillo, resulta ser más complicado que el balance contable de fin de año. ¿Qué soy capaz de producir? ¿Cuánto volumen? ¿Qué estoy dispuesto a arriesgar? ¿Cuáles son mis metas intermedias? ¿Conozco realmente ese comprador? ¿Por qué estoy tan seguro de que mi producto puede ingresar exitosamente en ese país? ¿Qué margen de paciencia estoy en condiciones de sostener? Después, un tiempo después, vendrán las estrategias de mercado, las inversiones, los canales de distribución, las campañas de posicionamiento, los documentos...
Pero el proceso previo a la exportación, cuando es tomado en serio, resulta un gran examen para la empresa, en el que se toma conciencia del lugar que ocupamos frente a los competidores locales y extranjeros. Y, entonces, lo que parecía obvio termina en una autoevaluación riquísima que puede aprovecharse en un sinfín de aspectos.
Esto es lo que habría que impulsar, una y otra vez, en las empresas argentinas: lo obvio. Y, seguramente, a las 10.755 pequeñas y medianas firmas exportadoras registradas en 2004 -un 16% más que en 2003- podrán sumarse muchas otras más. El comienzo está más cerca de lo pensado.
Usted, empresa, ¿quiere exportar? Mírese primero.
Por Ana Miura
Fuente Diario La Nación
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