La batalla estratégica de la Argentina se libra en el terreno de las exportaciones. Nuestra economía tiene que aumentar el nivel de sus exportaciones y conseguir un mayor grado de inserción internacional antes de que se agoten los efectos de la devaluación del 2002. Argentina exporta poco y debe mucho. Es prioritario conseguir un volumen tal de exportaciones que evite las históricas crisis por acumulación de déficit externo durante las etapas expansivas de la economía (ciclos de "stop and go"). El secretario de Relaciones Exteriores y Comercio Internacional, Martín Redrado, es discípulo de Michael Porter, profesor de la Universidad de Harvard y famoso por su obra "La ventaja competitiva de las naciones". En el libro-ensayo que ha publicado ("Exportar para crecer", Editorial Planeta), escrito ya desde su puesto en la Administración Pública, describe de modo impecable cuál es la estrategia gubernamental para conseguir el objetivo de que en el año 2006 las ventas externas argentinas alcancen los 50.000 millones de dólares.
La Argentina exportó en el primer semestre de este año unos 16.600 millones de dólares. Es una cifra récord, consecuencia de los precios favorables de nuestros productos en el mercado internacional, pero todavía alejada del objetivo oficial. Es indudable que el tipo de cambio alto -sin perjuicio de las retenciones- ha favorecido la rentabilidad de las exportaciones. Sin embargo, la devaluación no ha sido suficiente para aumentar las cantidades vendidas al exterior (aunque sí han aumentado las ventas de manufacturas de origen industrial, contrarrestadas por las menores ventas agropecuarias debido a las lluvias e inundaciones).
Naturalmente, como el propio Martín Redrado advierte, una nueva estrategia de comercio exterior requiere tiempo para que madure y arroje resultados. Lo importante es saber si se va en la dirección correcta y si se hacen esfuerzos consistentes con el objetivo deseado. La lectura del libro de Redrado en ese sentido es tranquilizadora. Se tiene la impresión de que por fin la Argentina ha diseñado una estrategia que, si se mantiene constante, acabará por dar sus frutos.
Una de las cuestiones que más llaman la atención en el libro de Redrado es la inteligente superación de las viejas antinomias que, lastradas por el peso de las ideologías, han impedido encontrar suficiente consenso político en la sociedad argentina para conseguir una política estable de comercio exterior. Las disputas entre los partidarios de la apertura irrestricta de la economía frente a los defensores de políticas cerradas de sustitución de importaciones; o entre los partidarios de un fuerte intervencionismo del Estado en comercio exterior, frente a los que confían en el mercado como el mejor y único asignador de recursos, son superadas pragmáticamente por las fórmulas que se han revelado exitosas según la experiencia de otros países en el plano internacional.
Ya no se puede cuestionar el trascendental rol del Estado, no sólo para asegurar un entorno macroeconómico estable que brinde seguridades a las inversiones empresariales, sino también como catalizador en la formación de redes empresariales y en la generación de información comercial y tecnológica relevante para el mejoramiento de la capacidad competitiva de las empresas. Sin perder de vista que el esfuerzo público se torna estéril cuando no conlleva una interacción con el sector privado -que representa los intereses concretos de nuestro país en el exterior-, con el sector académico, con el Parlamento y con el resto de la sociedad civil.
Es cierto también que el viejo modelo de sustitución de importaciones para privilegiar el desarrollo del mercado interno, basado en altas tarifas proteccionistas, tenía un marcado sesgo antiexportador. Pero es correcto también afirmar que el mercado interno es la primera y mejor plataforma para las empresas exportadoras de productos con valor agregado y, por lo tanto, no existe contradicción alguna entre el desarrollo de un modelo exportador y el crecimiento del mercado interno.
La batalla por aumentar las exportaciones tendrá éxito si con el esfuerzo conjunto del Estado y la sociedad civil se consigue implantar definitivamente una cultura exportadora en la Argentina. Frente a la inconstancia y la erraticidad de los comportamientos, los exportadores deben estar actualizados, conocer las preferencias de los consumidores, desarrollar nuevas estrategias de marketing, ofrecer calidad y confiabilidad en la provisión en tiempo y forma de sus productos. Hay que ganarse una reputación internacional, una identidad, una "marca" argentina, algo que no se consigue de un día para el otro, pero con constancia y rigor - pese a los antecedentes- está también al alcance de los argentinos.
Por Aleardo F. Laría
Fuente Diario Rio Negro