Si algo caracteriza a este cabañero es su tenacidad. Martín Braunstein, quien junto a su mujer creó una cabaña apícola para exportar abejas reinas a Europa, insiste sobre sí mismo para agudizar su saber técnico, pero además, insiste en los organismos públicos de los que depende la apertura de mercados o la resolución de discusiones en el plano sanitario para avanzar sin demoras en la gestión del comercio internacional. Su breve pero intensa trayectoria sirve de ejemplo para aquellos jóvenes que, a pesar de no pertenecer a una familia de tradición agropecuaria y de no contar con suficiente capital para iniciar una explotación extensiva como la agricultura o la ganadería, quieren convertirse en productores rurales.
Egresó del colegio secundario como bachiller en Ciencias Biológicas y el campo de sus inquietudes era tan amplio que no sabía hacia qué actividad orientarse. Pensaba en la inestabilidad económica de la Argentina -en ese momento comenzaba el Plan Austral-, lo impulsó a buscar una alternativa laboral independiente y a querer desarrollar un producto tan original que casi no tuviera competencia. Con esa intención empezó a capacitarse en la Sociedad Argentina de Apicultores.
Recuerda que aquella curiosidad que lo atrajo a las abejas fue, en realidad, un amor a primera vista. Tenía 19 años y nunca antes había visto una colmena. Tampoco había pensado en la complejidad de ese pequeño mundo. Después supo que las abejas nunca dejan de ser salvajes, a pesar del manejo al que son sometidas. También aprendió que hay por lo menos cien razas de estos insectos, de las cuales sólo 5 tienen aplicación comercial.
Con dos años y medio de experiencia en la producción de miel, decidió enfocar su actividad a un rubro más específico: las abejas reinas. Se suscribió a la revista American Bee Journal (la publicación más antigua del mundo en el tema apícola). En esas páginas conoció a más de 40 empresas estadounidenses dedicadas a la cría selectiva de estos insectos, y les envió cartas de presentación ofreciéndose para hacer una pasantía. Finalmente trabajó durante algunos meses en dos empresas, donde se hizo ducho en la rutina de una cabaña apícola y hasta aprendió la técnica de inseminación artificial en abejas reinas.
Antes de volver a la Argentina, visitó en Europa varios centros de mejoramiento genético apícola. Allí conoció a un técnico que más tarde le ayudó a adquirir sus primeras abejas reinas italianas de pedigree para iniciar un plantel de selección.
"Al principio creía que al haber tan pocos criadores de abejas reinas en la Argentina, yo podría hacer negocio trayendo la tecnología de los Estados Unidos. Me equivoqué. Cuando vas a un curso te entusiasmás con todo. Te dicen: «Vamos a criar caracoles, vamos a criar chinchillas... Tiene el mercado asegurado, va a vender todo lo que produce. Invierta y recupere en dos meses...» Yo no era tan ingenuo, pero el rubro apícola demostraba un potencial de crecimiento enorme. De hecho, en los últimos catorce años se triplicó el volumen de miel exportado."
En 1991, Martín Braunstein conoció a quien más tarde sería su esposa: la ingeniera agrónoma Sonia Verettoni. En 1992 y 1993 viajaron juntos a Georgia, Estados Unidos, para trabajar de marzo a septiembre en un criadero apícola de larga tradición. "Ahí pudimos ver la experiencia acumulada de tres generaciones, lo más valioso de una empresa".
Allí, recuerdan, tomaban apuntes de todas las tareas que hacían, no sólo de la parte productiva sino también del manejo del personal, "lo cual es muy importante en un emprendimiento con mano de obra intensiva". Según explica, la crianza de abejas reinas supone tiene aspectos industriales, que pueden mejorarse con procedimientos, y aspectos artesanales, imposibles de mecanizar. Por eso es que, a pesar de que la suya es una actividad estacional, Braunstein asumió el costo de mantener a sus empleados durante todo el año. La razón es simple: la capacitación que lograron es también un capital para la empresa.
A fines de 1993, Braunstein consiguió trabajo en el área de comercio exterior de Johnson & Johnson, en el parque industrial de Pilar, y su desempeño fue tan bueno que la empresa le pagó la carrera de Economía en la Universidad del Salvador (le falta cursar un año pues la facultad se trasladó a la ciudad de Buenos Aires y él no pudo asistir a las clases). Cuando dejó este trabajo, en 1997, había juntado capital suficiente para iniciar el propio vuelo con la Cabaña Malka (que significa reina, en hebreo).
De las experiencias que había hecho en los Estados Unidos, la que más le permitió diferenciarse fue la utilización de colmenas en miniatura, algo así como un bonsai respecto de un árbol desarrollado, donde las abejas reinas se aparean. Esto significa una importante reducción de los costos y una mayor productividad. Debido a que la Argentina el potencial de ventas es muy limitado -responde a los vaivenes del precio de exportación de la miel-, ya en 1998 Martín y Sonia empezaron a investigar las posibilidades de vender al exterior su producción. Así iniciaron una serie de viajes a exposiciones internacionales del sector y se conectaron con sus primeros clientes. Hasta el momento lograron vender a Italia y Francia. Pero el gran objetivo es llegar a los Estados Unidos, donde, por ahora, barreras zoosanitarias impiden la importación de abejas. También apuestan a tener impacto en España, el país con mayor cantidad de colmenas y de apicultores profesionales de la Unión Europea, y que cuenta con la tasa de subvención más elevada del bloque. Braunstein espera lograr alianzas estratégicas con criadores del Viejo Continente para que "en vez de considerarnos competidores dentro de su mercado nos vean como socios dentro del negocio".
El cabañero tiene la expectativa de llegar a 2007 exportando a Europa no menos de 25.000 abejas reinas por año. Para lograrlo deberá dar un salto productivo importante: por el momento exporta 6000 abejas reinas a ese destino (el 60% de su producción).
Por Analía H. Testa
Fuente Diario La Nación