Es una paradoja: la producción de materias primas agrícolas va a un nuevo récord de 90 millones de toneladas, los precios internacionales no paran de crecer, la demanda de nuestros productos aumenta sostenidamente y nada hace pensar que el proceso se revierta. Sin embargo, el campo y el Gobierno no logran articular un diálogo fructífero y concordar políticas de mediano y largo plazo. De los malentendidos y las medidas desafortunadas saldrá afectada toda la sociedad.
El mundo demanda productos que la Argentina puede producir y exportar con grandes ventajas sobre los competidores que van más allá de sus riquezas naturales. Podríamos pasar de 90 a 120 millones de toneladas de granos en 5 años y transformar este saldo exportable en proteínas animales o biocombustibles y aun así no abasteceríamos la demanda actual y la que viene. Para esto se requieren inversiones, que deberían venir del sector privado, pero se están haciendo muy pocas o en forma muy lenta. Y, lo que es peor, las empresas argentinas se venden a extranjeras.
Los empresarios y los emprendedores temen que en el futuro la redistribución de la riqueza no se haga sólo con impuestos, sino también por la voluntad de un funcionario que cambie las reglas de juego permanentemente. Así, la sociedad se convierte en cortoplacista. Sin inversiones de calidad y en cantidad será imposible sostener el crecimiento. El precio a pagar será aislamiento, salarios bajos, inestabilidad y consumo de baja calidad.
No obstante, el debate sobre los impuestos a las exportaciones de granos podría ser un tema secundario si los fondos se aplicaran a la inversión pública. Hablo de los urgentes 8000 km de autovías, de la hidrovía hasta Brasil, de los ferrocarriles Belgrano y los de alta velocidad, de la construcción de viviendas en el interior, de la salud y educación de calidad tierra adentro. El Gobierno ha anunciado muchas de estas obras y me consta que hay mucha voluntad para llevarlas adelante. No sólo hay que ir por el camino correcto: si vamos lento nos pueden llevar por delante. Hay otros países que compiten con nosotros, y si les damos tiempo y nos equivocamos el país será nuevamente algo que pudo ser y no fue.
La gran responsabilidad de la Argentina con toda la humanidad está en el abastecimiento de alimentos, y los beneficios de la soja han sido y serán compartidos con toda la sociedad. El Estado tiene los instrumentos para resolver esa tensión, pero el siglo XXI requiere rapidez, flexibilidad, entusiasmo por hacer, inteligencia para darse cuenta y generosidad para compartir.
La sociedad civil, sus gobernantes y sus líderes deberíamos revisar lo que hay detrás de los símbolos, reencontrarnos detrás de un proyecto colectivo y con toda fuerza pensar y construir el futuro.
Por Gustavo Grobocopatel - Fuente Diario La Nación