Azúcar orgánico, vino orgánico, comida orgánica para las mascotas e incluso papel higiénico orgánico: todo esto se consigue en Estados Unidos en el supermercado local. Los productos orgánicos han florecido últimamente en el mercado estadounidense de alimentos y bebidas. La industria ha crecido entre 20 y 25 por ciento cada año, y los bienes de este tipo se venden ya en el 70 por ciento de las tiendas tradicionales, según fuentes del sector. Incluso pese a que algunos analistas, como los del conservador "Center for Global Food Issues", con sede en Virginia, se oponen a la agricultura orgánica porque necesita mucha tierra para desarrollarse.
A los consumidores estadounidenses les gustan estos productos. La industria alcanzará ventas por 15.000 millones de dólares a fines de 2005, según Barbara Haumann, portavoz de la Asociación de Comercio Orgánico de Massachusetts.
Los consumidores que adquieren estos bienes lo hacen por cuestiones de salud y por su conciencia ecológica, señala Haumann. "No hay un único perfil del consumidor orgánico", añade. "Pero lo que descubres es que los consumidores que usan productos orgánicos son más educados y conscientes (...) Ellos piensan que lo orgánico puede ser bueno para su salud".
Para ser considerado orgánico, un alimento tiene que crecer en un suelo y con un agua totalmente libres de contaminación, sin pesticidas ni ingeniería genética.
Desde octubre de 2002, la producción de este tipo está regulada estrictamente por el Departamento de Agricultura estadounidense, que introdujo estándares nacionales. La decisión fue una buena noticia tanto para los agricultores como para los mercados.
Los campesinos que quieren que sus productos lleven el sello oficial orgánico USDA no pueden usar la irradiación, barro procedente de aguas servidas, ni organismos modificados genéticamente. También deben evitar los antibióticos en el ganado y utilizar alimentos orgánicos en un cien por ciento para los animales.
Los negociantes y consumidores han dado la bienvenida a la aprobación de los estándares nacionales, según Haumann. "Sienten que las regulaciones nacionales otorgan un campo en el que no habrá competencia desleal y que si alguien no sigue las reglas será perseguido", explica.
Pero por más saludables que sean los alimentos orgánicos, Haumann se encarga de subrayar que la gente no tiene que equipararlos a los "light".
"Los productos orgánicos no son necesariamente bajos en calorías. La gente sigue teniendo que tomar buenas decisiones en lo que respecta a su dieta, incluso si compran alimentos orgánicos", dijo.
Los escépticos, encabezados por Daniel Avery, director del "Center for Global Food Issues", argumentan que los productos orgánicos no son sólo muy caros, sino que dañan la industria agrícola porque los productores que se niegan a usar fertilizantes ocupan demasiada tierra.
"No es una producción sustentable", argumenta Avery, para quien la comida orgánica no es mucho más sana que la ordinaria.
"La comida orgánica cubre alguna necesidad emocional de la gente que la compra. Ellos sienten que están haciendo algo mejor por sus familias", cree Avery. "Pero no lo están haciendo. Se ha probado en estudios que el valor alimenticio no es mucho mayor".
Avery citó un estudio de 1999 encargado por el gobierno danés al Comité Bichel que señala que la producción de alimentos caería en un 50 por ciento si Dinamarca se convertía por completo a la agricultura orgánica.
Los consumidores piensan sin embargo diferente. Grandes cadenas de supermercados se han especializado en productos orgánicos, como Whole Foods, Wild Oats y el más accesible Trader Joes, que pertenece a la empresa alemana Aldi.
Tan sólo en su segundo trimestre, Whole Foods, la mayor tienda orgánica al por menor del mundo, tuvo ventas por 1.100 millones de dólares y beneficios por 42 millones de dólares, según anunció la compañía en mayo. Haumann es contundente: "Hoy hay una gama tan amplia de productos orgánicos disponibles que hay para todos los gustos".
Deutsche Presse-Agentur