Tres pilares sustentan el edificio del Mercosur. Uno es la voluntad política de sus países de trabajar juntos en forma sistemática y permanente. Otro, la preferencia económica entre los socios, instrumentada hasta hoy por la diferencia entre el arancel externo común y la no aplicación de aranceles u otras restricciones al comercio recíproco de bienes. El tercero es la integración productiva razonablemente equilibrada.
Con estos tres pilares sólidos, resultan ganancias mutuas que mantienen el pacto asociativo en el tiempo, gracias a una suficiente legitimidad ciudadana. Si se debilita uno de los pilares, el edificio cruje e incluso puede colapsar.
Otra resultante es que los socios apoyan en el Mercosur sus estrategias de negociaciones comerciales internacionales e incluso negocian juntos. Pueden, además, tornar creíble la idea de que sea el núcleo duro de la construcción de un espacio sudamericano con estabilidad política y equidad social, y conectividad física y económica. O sea, la idea que impulsará la cumbre de Ayacucho, este 9 de diciembre.
El primer pilar parece sólido si se toman en cuenta reiterados pronunciamientos de los gobiernos. Aun los resultados electorales en el Uruguay deberían fortalecerlo. El segundo pilar parecía sólido, aunque con nudos en algunos sectores, que en función de la voluntad política existente no deberían ser imposibles de desatar, ya que el menú de opciones técnicas disponibles es saludablemente amplio. Sin embargo, recientemente se ha vuelto a plantear la idea de retroceder el Mercosur a una zona de libre comercio. La propuso Roberto Gianetti da Fonseca, director de relaciones internacionales de la Fiesp. Resulta difícil imaginar cómo podría hacerse sin reformar el Tratado de Asunción y sin pérdidas adicionales de credibilidad externa.
El tercer pilar está débil. Debería concentrar la atención gubernamental y empresarial. Se refiere a cómo instrumentar, sobre la base de la experiencia adquirida desde 1986, una estrategia de integración productiva que contemple expectativas y legítimos intereses de todos los socios. Los foros de competitividad -entre otros instrumentos- y algún tipo de facilidad financiera podrían ser caminos indicados.
Por Félix Peña, especialista en Relaciones Económicas Internacionales.
Esta columna se realiza con la colaboración del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación BankBoston.
Fuente Diario La Nación