"Se me ocurrió la idea de crear un sistema para que las mujeres indígenas pudieran trabajar con las reglas del comercio justo", comenta Andrea Prado. Así fue como nació la marca Pasión Argentina, que en un año facturó 148.000 pesos. Con ese nombre las casas de diseño en la Argentina y el exterior venden mesas de madera lustrada con aplicaciones de tejido Diaguita Calchaquí, escritorios con tejido Wichí y chales de pura lana de llama hechos en telares manuales. Prado es especialista en microempresas. Su trabajo la llevó a viajar por todo el país desde hace diez años. "Siempre me impresionó la explotación a la que están sometidas las mujeres indígenas y la calidad de sus tejidos", explica.
Además tuvo a su cargo la producción de un documental y debió convivir con los indígenas. "Descubrí que entre ellos no había violencia y que vivían en una forma más sana", cuenta.
La idea de armar el emprendimiento se le ocurrió en 2000 pero la empresa tiene un año y medio de vida. Fue un trabajo arduo porque tuvo que hablar con las comunidades y fijar un precio justo con las mujeres.
"Pueden tardar meses para hacer un tejido pero después lo cambian por una bolsa de naranjas. Cuando les preguntaba cuánto les parecía que valía su trabajo me contestaban: 'Lo que usted me quiera dar". Al final fijaron el precio en 37 dólares el metro cuadrado. Esa es la cifra que recibe cada una de las 58 tejedoras que trabajan en Pasión.
Los productos hechos en Chaco, Formosa, Salta, Tucumán y Catamarca se venden en Londres, Suiza y España. También en algunos locales de diseño en La Plata, Pergamino y Ushuaia. "El principal comprador es Puro Diseño. Dolores Navarro Ocampo, una de sus impulsoras es también impulsora de Pasión", explica Prado.
Hay un largo proceso antes de que los productos lleguen a los negocios. Los wichís empiezan arrancando con las manos el chaguar, una planta con espinas. Después abren las hojas y les sacan las fibras internas, que dejan secar al sol. El siguiente paso es el lavado y el trenzado. Finalmente, hilan las fibras a mano, sobre las rodillas. Recién en ese momento el chaguar está listo para usar en los tejidos.
Los que compran acá y en el exterior pertenecen al nivel ABC1. "El producto le gusta a todo el mundo pero termina siendo caro", admite Amadeo Bozzi (33), socio de Prado. Una biblioteca de cedro, con dos puertas con tejido Wichí y manijas de cuero se vende a 1600 pesos.
Todos los diseños los hace Prado, salvo los dibujos de los tejidos. "Nunca nos metemos en los dibujos porque les robamos el alma a los indígenas", dice Prado.
Nicolasa Villagra es diaguita y es la jefa técnica de la comunidad de tejedoras. "Yo le mando un fax al locutorio del pueblo y les pido, por ejemplo, que el tejido tenga mucho colorado. Con esos datos ellas hacen el diseño".
El contacto con los Wichís lo hacen a través de Nora Scoffield, una abogada que vive cerca de ellos.
Las piezas son exclusivas y cada una tiene una tarjeta con el año y el nombre de la persona que hizo el diseño textil.
"A los diaguitas los convencimos de que abrieran sus cuentas de ahorro así que ahora les podemos depositar el dinero. A los Wichís todavía les mandan giros porque el banco queda a dos horas y hay muchas barreras idiomáticas. Son pobres de toda pobreza".
"Hay organismos como el INTI y el Gobierno de la Ciudad que colaboran en silencio porque creen que la causa es justa", cuenta.
Habla de "las señoras que tejen", y dice que muchas de ellas pueden tener ahorros por primera vez en sus vidas. Incluso algunos vecinos las llaman las ricas del pueblo.
Pero está lejos de querer mostrarse como una heroína. Para que no queden dudas, aclara que no es ninguna "monja caritativa". Dice que se viste a la moda, que vive bien y que no deja de ser una "burguesa".
Por Cecilia de Castro
Fuente Diario Clarín